ABSTRACT :
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La reforma de la moral de la vecindad es una reforma de la moralidad de toda la sociedad y un fortalecimiento de la estructura social y de su diversidad. Las sociedades que padecen debilidad de la moral de la vecindad, no son conscientes del valor de la diversidad.
“La religión en sí misma es moral. Quien te supera en moralidad, te ha superado en fe”¹, Ibn al-Qayyim al-Jawziyyah.
El valor de la moral reside en el concepto de la dignidad humana, compartida por todos, y en base a la cual todos somos iguales. La persona es respetada por sí misma, en primer lugar, y en la vastedad del respeto, crecen las obras virtuosas y se establece la moralidad de la vecindad en un entorno humano y natural. Si reflexionáramos sobre el origen del lenguaje en el que se basa el conocimiento humano, que involucra también las ideas y las culturas, nos daríamos cuenta de que representa un progreso común de la humanidad, fundado en la convivencia y la vecindad.
La reformulación de la moral de la vecindad es una reforma de la moralidad de toda la sociedad, y un fortalecimiento de la estructura social y de su diversidad. Las sociedades que padecen debilidad de la moral de la vecindad, no son conscientes del valor de la diversidad, y en última instancia pueden perder parte de su fuerza y de su unidad.
Cuanto más elevada sea la moral de la vecindad y en la medida en que todos cumplan con sus deberes hacia los demás, más elevadas serán las sociedades. Los árabes eran conocidos por respetar, honrar y defender al prójimo. El árabe, en los periodos preislámicos, se sentía orgulloso de su caridad hacia sus vecinos. Hatem At-tay dijo a su mujer²:
Um Malik, Si yo cualquier dos cosas tuviera
Mi vecino se quedaría con la que quisiera
Una de las morales de la vecindad entre los árabes, antes del Islam, era la preservación de la inviolabilidad del prójimo y de su familia, como indicó el poeta Antarah ibn Shaddad³:
Quito la mirada cuando aparece mi vecina hasta que ella entra en su hogar
Soy un hombre decente y casto que no persigue los deseos provocantes que el alma trata de lograr
Desde los albores del Islam, el círculo de la benevolencia se ha ampliado para incluir dentro de él a todos los grupos de la sociedad, entre ellos al prójimo, “Adoren solamente a Dios y no dediquen actos de adoración a otros. Hagan bien a sus padres, a sus familiares, a los huérfanos, a los pobres, a los vecinos parientes y no parientes, al compañero, al viajero insolvente y a quienes están a su servicio. Dios no ama a quien se comporta como un arrogante jactancioso” ⁴ (AI-Nisaa, 36).
La caridad hacia el prójimo se considera un deber religioso, pues es un requisito adorar a Dios y el monoteísmo, como el Profeta (la paz y las bendiciones sean con él) afirmó: “Quien crea en el Último Día, que trate bien a su prójimo” ⁵ (narrado por Muslim). Uno de los significados profundos del verso es que la caridad hacia el prójimo viene justo después de hacer bien a los padres. Esto significa que la caridad es caridad y la moral es indivisible. Hacer el bien empieza con los padres y entonces se extiende a todos los familiares y parientes, luego incluye a la comunidad hasta que se alcanza a toda la humanidad.
Los humanos están conectados con Dios por fitrah (naturaleza original del ser humano, es decir, el conocimiento de la verdad que posee la persona por el solo hecho de haber nacido), y están conectados entre sí por el soplo divino, la excelente creación y la misma configuración, que son bendiciones y dones que Él confió al género humano y los honró con ello sobre todos los seres y criaturas.
Tanto si estamos de acuerdo con Aristóteles ⁶, que argumentó que “el hombre es por naturaleza un animal político”, como si estamos de acuerdo con Hobbes⁷ que cree que el encuentro humano es un objetivo consensuado e interesado que resulta del deseo de los individuos de alejarse de “una sociedad regida por el caos y el conflicto”, la humanidad y la personalidad de las personas se desarrollan solo a través de la comunicación con su entorno social.
En una afirmación de Ibn Khaldun⁸ sobre el pensamiento de Aristóteles: “el ser humano no puede vivir por sí mismo, y su existencia solo puede realizarse en asociación con sus prójimos. (Solo) no podría tener una existencia completa y llevar una vida completa. Por su propia naturaleza, necesita la cooperación con los demás para satisfacer todas sus necesidades.”
Cristo, la paz sea con él, combina en su gran mandamiento el amor a Dios con el amor al prójimo, cuyo significado implica el amor al vecino diciendo “Oísteis lo que ha sido dicho: amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen”. ⁹ (Mateo 5:44)
Cristo, la paz sea con él, restauró el vínculo perdido entre el amor a Dios y el amor al prójimo, poniendo en pie de igualdad el grado de amar a los demás y el de amarse a uno mismo. Dio a conocer el término “prójimo” para que se extendiese a toda la humanidad, al contrario de lo que se consideraba en el Antiguo Testamento.
Jesús da, a través de la parábola del buen samaritano, un ejemplo notable acerca del concepto del prójimo. La percepción habitual entre los judíos era que tender la mano se limitaba solo a las personas que pertenecían a su grupo. Algunos veían al samaritano de una manera que les impedía hacerle bien o incluso ayudarle. Aquí Cristo ofreció otro enfoque, que iba más allá de la definición estrecha del prójimo y de la búsqueda de su identidad, y que invitaba a vivir con el prójimo como una familia.
El establecimiento de los lazos con Dios requiere desarrollar fuertes lazos morales hacia los demás, que se manifiestan combinando la adoración a Dios y tratar bien a personas según el mensaje del Islam. En el amor a Dios y en el amor al prójimo, de acuerdo con el mandamiento del cristianismo, concluimos “la Gran palabra común” que glorifica al Creador y respeta al creado y establece una comunidad regida por la virtud y la solidaridad.
La moral de la vecindad comienza cuando nos abstenemos de perjudicarnos a nosotros mismos y a los que nos rodean, particularmente cuando nos abstenemos de cometer los siete pecados capitales (la ira, la avaricia, la envidia, la lujuria, la pereza y la soberbia). La moral de la vecindad se eleva cuando nos sometemos a las siete virtudes (la paciencia, la castidad, la templanza, la caridad, la diligencia, la generosidad y la humildad).
Los ulemas dicen implícitamente “el silencio ante la injusticia es complicidad con el opresor”, y Dante Alighieri 10 dice en la Divina Comedia “los confines más oscuros del infierno están reservados para aquellos que eligen mantenerse neutrales en tiempos de crisis moral”. Aquí yo digo ¿dónde estamos, en los términos de la moral de la vecindad, con los refugiados, desarraigados y marginados? Cabe mencionar la hégira (la migración del profeta Mohamad de La Meca) con sus honrables seguidores y los virtuosos habitantes de la Medina. También recordemos la migración de la Sagrada Familia de Palestina a Egipto por la persecución de Herodes.
Aprendamos la lección estos días, mientras estamos en Navidad, y a finales de este desafiante año. Recordemos la vecindad de los creyentes en sus vidas, mezquitas, iglesias, alminares y monasterios, y profundicemos en los significados de la hermandad y la moral de la vecindad en este pequeño planeta.
NOTES AND REFERENCES :
- Ibn Qayyim al-Jawziyya, “Al Jawābul kāfi liman sa’ala ‘an Dawā’i Shaafi’ (La Respuesta Completa para Quienes Preguntan Acerca del Remedio Curativo), El Cairo, 1996.
- “Kitab Al-Aghani” (Libro de los Canto), vol. 11, 233, Beirut, 2008.
- “Diván de Antara bin Shaddad”, 93, Beirut, 1893.
- Isa García, (4, 36), Bogotá, 2013.
- Narrado por Muslim.
- ” Aristóteles Política Introducción, Traducción Y Notas De Manuela García Valdés “, 50, (1988), Madrid.
- Hobbes, Thomas. “Leviatán, o la Materia, Forma y Poder de una República, Eclesiástica y Civil, México, 1980.
- Ibn Jaldún, “Introducción a la Historia Universal’ (AI-Muqaddimah), 2005.
- Mateo 5:44 (Biblia de Jerusalén).
- Alighieri, Dante. “La Divina Comedia,” 1988.