Incertidumbre, Urgencias e Interdependencia: Notas Fenomenológicas Sobre el Covid-19 y la Pandemia

ABSTRACT :

Al reflexionar sobre el Covid-19 y la pandemia asociada aparecen diversos fenómenos, los cuales poseen una dimensión objetiva y otra subjetiva. En este ensayo se analizará brevemente la dimensión objetiva del covid-19 y la pandemia Asociada. Asimismo, nos detendremos más latamente sobre la dimensión subjetiva: la forma en que estos fenómenos objetivos llegan a nuestra subjetividad y gatillan fenómenos asociados como son la incertidumbre, la recuperación del tiempo presente y la interdependencia. En este sentido, proponemos que la incertidumbre, lejos de ser extraña a la persona humana corresponde a una forma habitual de habitar el mundo y que con el presente y la interdependencia pasa algo similar, dejándonos a las puertas de investigar el fenómeno de la solidaridad en esta época tan inusual.‬

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INTRODUCTION

Hablar sobre el coronavirus Covid-19 y la pandemia asociada, parece ser hoy una acción de primera necesidad. Todos nos referimos a ello muchas veces al día. Estamos inquietos. No sabemos si nos contagiaremos y tampoco qué pasará si nos contagiamos. Por lo mismo, analizar en profundidad estos fenómenos y cómo nos afectan parece ser una tarea necesaria, aunque hacerlo requiera un esfuerzo adicional.

Cuando hablamos de un fenómeno cualquiera e intentamos profundizar en lo que este sea, aparecen múltiples perspectivas que sería bueno unir para tener una compresión global del mismo. Ante todo, un fenómeno es lo que aparece desde sí mismo y cómo se muestra a sí mismo¹. Independiente de cualquier teoría previa que tengamos al respecto, el fenómeno se muestra a nuestra conciencia. De distinta manera en cada caso: desde las cosas más sencillas y cotidianas hasta otras más profundas y significativas. Entonces, la tarea del fenomenólogo es tratar de describir lo más fielmente eso que se manifiesta en nuestra experiencia para indagar sobre sus notas esenciales. En otras palabras: volver a las cosas mismas.

En general, todo fenómeno que se manifiesta en nuestra experiencia posee dos dimensiones: una objetiva y otra subjetiva. La dimensión objetiva también tiene distintos niveles de significación. Si es un fenómeno empírico, será necesario acudir a la explicación científica y a todo lo que nos pueda dar datos cuantificables sobre el mismo. Es el momento de la ciencia y de la pregunta: ¿cómo es esto? En cambio, si buscamos conocer la esencia de algo y sus notas características será el momento de la filosofía y se intentará responder la pregunta v².

La dimensión subjetiva, en cambio, responde a la forma en que dichos datos objetivos son internalizados por nosotros mismos, generando distintas interrogantes, respuestas afectivas y otros fenómenos asociados. En lo que sigue haremos, entonces, un breve recorrido por las dimensiones objetiva y subjetiva del Covid-19 y la pandemia para tratar de delimitar

estos fenómenos.

1.-DIMENSIÓN OBJETIVA DEL COVID-19 Y LA NOCIÓN DE PANDEMIA

            Desde el punto de vista objetivo, el coronavirus es lo que es: un virus. Un tipo especial de seres que en un cierto sentido están entre lo vivo y lo inerte. Poseen ADN o ARN (como es el caso del covid-19), pero no son una célula. No tienen vacuolas, mitocondrias ni todo lo necesario para autocontenerse sistémicamente como un ser vivo. Y no se pueden reduplicar, excepto que se introduzcan en una célula viva y la utilicen como huésped para su multiplicación. El coronavirus se ha analizado ya en el pasado y hoy se estudia esta nueva cepa. Independientemente de lo que la haya generado, (una mutación natural, un laboratorio o lo que sea), esta cepa está aquí y provoca lo que todo virus “compatible” con nosotros puede provocar si tiene determinadas características: una enfermedad que puede ir de leve a extrema e incluso causar la muerte. Se asocia a esto su alto nivel de contagio, ya que puede permanecer varias horas en el aire, tres o cuatro días sobre determinadas superficies como el aluminio, etc. Esto parece de Perogrullo. Y lo es. Pero conviene precisarlo para tratar de comprender después cómo lo apreciamos subjetivamente. En efecto, una cosa es un análisis científico objetivo del virus y otra cosa es rastrear qué nos pasa a nosotros con él. Porque sin duda nos vemos afectados. Frente a ese fenómeno objetivo se nos abren un sinfín de preguntas que tienen una respuesta cuantificable, propia de todo fenómeno empírico. Lo cuantificable está, entonces, en manos de la ciencia. Se puede medir, planificar al respecto. Se puede buscar una solución concreta, una vacuna.

El fenómeno de la pandemia es algo distinto. Etimológicamente, una pandemia es algo que nos afecta a todos (pan, todos y demos, pueblo). Una enfermedad que se globaliza con una velocidad impresionante. Ello genera una serie de fenómenos objetivos asociados. La curva de contagio, por ejemplo. Ante este fenómeno surge la necesidad de aplanarla para poder hacer frente a la enfermedad. Esto implica un problema de salud pública. Y un problema económico: se debe hacer cuarentena y no trabajar. Pero si se hace cuarentena, un sinnúmero de tareas que no pueden ser realizadas a través del teletrabajo, se detienen. Si hay cuarentena no hay trabajo.

Pero si hay trabajo, no se hace cuarentena. Objetivamente, resolver esta ecuación no es fácil. Entonces, interdisciplinariamente se acude a las Ciencias de la salud, a la biología, a las ciencias económicas y políticas. Esta tarea es urgente y corresponde a los que saben de ciencias empíricas y a los gobernantes realizarlas. Pero no todo lo que el Covid-19 y la pandemia nos dicen está contenido en el ámbito de lo científico o de la planificación política. Hablemos ahora de la dimensión subjetiva de ambos fenómenos.

2.-DIMENSIÓN SUBJETIVA DEL COVID-19 Y LA PANDEMIA

 

Decíamos más arriba que nos pasan cosas con el Covid-19 y con la pandemia. Es cierto que ambos fenómenos son objetivos. Están allí, queramos o no queramos. Pero su sola existencia nos hace formularnos, también, preguntas que no pertenecen al mundo de lo cuantificable.

No podemos intentar responder estas interrogantes usando rígidos designadores numéricos. Estos cuestionamientos aparecen al considerar la dimensión subjetiva de estos fenómenos.

 

2.1.- TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE

 

Ante todo, digamos que no recibimos estas noticias sobre el coronavirus y la pandemia en forma neutra, sino con incertidumbre. No sabemos qué pasará con nosotros y nuestros seres más próximos. Incertidumbre implica, como bien sabemos, falta de certeza.

Es cierto que tratamos de llevar nuestras vidas acompañados de certezas. Eso nos hace el mundo más manejable. Pareciera que tenemos una necesidad de controlar todas las variables. Querer que todo esté en nuestro poder. En un cierto sentido, esto nos ayuda a planificar y a actuar en consecuencia. Pero en situaciones de crisis, crisis pandémica, como es el caso, todo se vuelve difuso, inestable. No sabemos, en el caso de un profesor universitario, por ejemplo, cuál será el resultado real de las clases on line, a las que los académicos se ven vemos obligados a impartir por la necesidad del momento. Un empresario pequeño no sabe si podrá mantener su empresa. Un alumno no sabe cuándo volverá al colegio. Y más dramáticamente podemos preguntarnos: ¿Cuántos morirán? ¿Quiénes morirán? ¿Será la vida igual que antes? En realidad, no sabemos cómo terminará todo esto. No sabemos. Y eso genera temor.

Ha ocurrido una impresionante toma de conciencia de algo que, no obstante, siempre ha sido así: no todo en nuestra vida está en nuestro poder o bajo nuestro control. Hoy debemos habitar en la incertidumbre. De manera radical, ella se ha instalado en nuestra conciencia. Estamos en crisis. Sin embargo, sería bueno recordar que la palabra crisis en su etimología significa simplemente cambio. Es un momento de inflexión. En el transcurso de una enfermedad, por ejemplo, el momento de crisis se refiere a aquel momento en que el enfermo se recupera y sana o se muere o queda con secuelas severas.

Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿Es que acaso nuestra vida, con o sin pandemia, no se mueve siempre dentro de esos parámetros? ¿Acaso sabemos el momento de nuestra muerte? ¿Acaso no tenemos nosotros conciencia de la inestabilidad provocada, por ejemplo, por los terremotos? Al respecto, el filósofo español Ortega y Gasset, hablando en relación a

Chile y los terremotos dijo en una conferencia en el Parlamento chileno en 1928: “tiene este Chile florido algo de Sísifo, que, como él, parece condenado a que se le venga abajo cien veces lo que, con su esfuerzo, cien veces elevó”3.

Es un hecho la incertidumbre corresponde a una forma propia humana de habitar el mundo, que no todo está en nuestro poder y que para muchas cosas no existe la fórmula del éxito. En efecto, enfrentados a dilemas morales (y de esos, a propósito de la pandemia, se dan muchos) no hay receta. La conciencia de esto es muy antigua. Pensemos que ya Aristóteles (siglo IV a. C.) afirmaba que todo discurso acerca de la ética solo puede afirmarse en generalidades y que en lo que concierne a las acciones no hay nada de estable. Es necesario que “quienes han de actuar atiendan siempre a las necesidades del momento”4. Pongamos un ejemplo: una anciana en Holanda cedió hace unos meses su lugar para ocupar el respirador artificial a un joven con hijos pequeños, aduciendo que ella “había tenido una vida buena y que el joven lo necesitaba más”. La anciana cedió su lugar… y murió. En ética esto se llama una acción supererogatoria, es decir, una acción que claramente es un bien y merece un elogio por nuestra parte, pero a la que nadie está obligado. ¿Qué sería lo prudente para cada uno de nosotros hacer en un caso así? ¿Qué sería lo justo? Claramente, para responder en nuestro caso particular deberíamos poner atención al momento. Lo mismo sucede cuando nuestro dilema moral no implica una acción supererogatoria sino una respuesta que nos lleve al bien y que la situación reclame. Por ejemplo, si alguien se está ahogando en un río, el objeto de nuestra acción será salvario. Es nuestro deber. Pero no será lo mismo para alguien que sabe nadar perfectamente o para alguien que no lo sabe. En este caso, actuar prudentemente significa realizar distintas acciones. El que nada bien posiblemente se tirará al río y lo salvará. El que no sabe nadar buscará ayuda o una cuerda o lo que sea. La prudencia es objetiva, pero lo que debamos hacer depende de nuestra circunstancia. De nuestro momento. Poner atención al momento implica también vivir “en el presente”. No en el pasado ni en el futuro. Aquí aparece otro fenómeno asociado al coronavirus y la pandemia.

2.2.- REACTIVACIÓN DEL TIEMPO PRESENTE.

A propósito de la pandemia, pareciera que el presente nos urge. Como que el pasado y el futuro perdieran espesor. Esto en sí no es malo. Aún más, en algún sentido, recuperar la conciencia del presente nos hace estar atentos a los momentos de nuestra vida cotidiana, la de cada día; al aquí y ahora. Muchas veces nos acostumbramos a vivir en el pasado. Recordando quizá tiempos mejores o una determinada situación que nos hubiese generado un quiebre biográfico, por ejemplo. Otras veces pareciera que vivimos anclados en el futuro. No atendemos a lo que nos pasa hoy porque el futuro será distinto, pensamos. Pero el pasado y el futuro solo tienen sentido desde un presente. Hoy nos ocurren eventos y primeramente sería conveniente atender a ellos.

Aún más, el pasado solo tiene sentido cuando lo traemos al presente. A ello Husserl lo llamó retención. Y el futuro solo tiene sentido cuando lo proyectamos desde el presente. A ello Husserl lo llamó protención.5 Sin embargo, puede pasar que a veces las propias urgencias nos hagan ver borroso. Un libro desigual recorre desde marzo las estanterías virtuales de América Latina: Sopa de Wuhan6.

En este libro, que contiene reflexiones interesantes, se recogen un tanto apuradamente preocupaciones de filósofos sobre el coronavirus y la pandemia escritas en lo que va del año. Pero algunos de estos filósofos parecen anclados en el pasado o en el futuro. Así, Giorgio Agamben, un reconocido filósofo italiano de la biopolítica, en un texto escrito a fines de febrero de este año y a propósito de la restricción de las libertades puestas en Italia por el gobierno en ese momento, se preguntaba el porqué de éstas, ya que el virus no parecía ser más letal que otros.  Y en seguida la situación de Italia evolucionó como lo hizo. En el caso de Agamben, el hecho de haberse detenido en la oportunidad o pertinencia de aplicar esas medidas restrictivas se relaciona estrechamente con su propia experiencia de vida en el pasado, pero, precisamente esta condición le impidió situarse en el presente y leer adecuadamente sus coordenadas.

Y otro filósofo actual, el esloveno Slavoj Žižek, se torna predictor y señala en un estilo profético que “el coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo”7. Por otra parte, en un texto recogido en el mismo libro, el filósofo surcoreano que reside en Berlín, Byung-Chul Han, dice que Žižek se equivoca, que el capitalismo no morirá y que bien podría derivar en su expresión concreta en un estado policial-capitalista donde China siga vendiendo en términos de mercado su sistema autoritario para enfrentar el virus.

En un sentido parecido, el pensador e historiador israelí Yuval Harari, en un texto del 05 de abril8, que no está en el libro arriba indicado, señala que frente a un tipo de estado protector-controlador que usa una especie de gran Panóptico tecnológico, al estilo del de Jeremy Bentham, la tecnología podría servir para que los propios individuos se controlen a sí mismos (qué comidas nos hacen bien, cuáles nos hacen mal, tener nuestra temperatura controlada siempre y todo ello gracias a sensores ultra especializados). También podríamos los ciudadanos de a pie controlar a los custodios.

“Profecías” van, “profecías” vienen. No es que no sean interesantes los planteamientos esbozados en ese libro, lo que pasa es que la conciencia del ahora pareciera que reclama de nosotros una repuesta más concreta. Ya llegará el tiempo de pensar y rebatir o adscribir tesis. En este mismo sentido parecen ir las palabras del Premio Nobel de Economía 2008, Paul Romer, entrevistado el domingo 12 de abril por el diario chileno El Mercurio. Cuando el periodista le pregunta cómo interpretaba él todo lo que está ocurriendo, responde: “Nadie es responsable. Buscar un responsable es como pensar con ideologías del pasado, persiguiendo al chico malo de la película. La gran interrogante aquí es qué hacemos hoy para mejorar la situación. Es la única pregunta que importa”.

De momento, pareciera que lo central es hacernos cargo de ese presente de cada uno. El “tiempo propio”, el tiempo de cada uno al que nos vemos enfrentados hoy, reclama respuestas a nuestra conciencia. El encontrarnos, además, a causa del confinamiento, junto a aquellos con los que convivimos todos los días, nos hace pensar y repensar nuestras relaciones interpersonales.

Si se vive acompañado. Y si se vive solo, lo mismo. Vivimos con otros (tan cerca o tan lejos) y no hay ninguna acción consciente libre que no tenga que ver con otros. Ello nos lleva a mencionar el último fenómeno al que quisiera referirme, sabiendo que habrá muchos otros que aquí no alcanzamos a esbozar: la interdependencia.

2.3.- LA INTERDEPENDENCIA

 

Sin duda el coronavirus y la pandemia han puesto sobre la mesa el fenómeno de la interdependencia. Todos dependemos de todos. Para mal y para bien. Para mal, porque en un mundo globalizado e interconectado, la posibilidad de contagio es muy alta. En términos globales, la difusión del Covid-19, por efectos de la dependencia de los mercados y del turismo fue extremadamente rápida. Además, en términos individuales o de grupos pequeños, un tipo de cuarentena total es casi imposible para la gran mayoría de la población. Estamos confinados y pedimos comida para no ir al supermercado. Sin embargo, tenemos que comer. Pero basta que una punta de la caja de comida que nos entregan haya rozado un lugar infectado, que nosotros pongamos nuestras manos justo allí y que después nos llevemos las manos a los ojos, por ejemplo, para que nos infectemos. O que nos topemos en alguna de nuestras pocas salidas a la calle con alguien infectado que estornudó demasiado cerca de nosotros.

Pero también se ha resaltado la conciencia de ser interdependientes para bien. Es la conciencia de que todos somos responsables de todos. Porque vivimos en comunidad es que pertenecemos a un nosotros. El nosotros de mi familia, de la ciudad, del país, de toda la humanidad. Y junto a la conciencia real de esto, aparecen acciones de solidaridad. El fenómeno de la solidaridad no puede darse sin interdependencia. Solidaridad implica un “empeño firme y constante por el bien común, es decir, por el bien de todos y de cada uno”9. Y este empeño, que corresponde primeramente a una disposición de ánimo, a una actitud, ha brotado con fuerza en este tiempo. Los otros sí parecen importarle a gran cantidad de seres humanos. Pareciera que en tiempos de Covid-19 y pandemia los otros reclaman una preocupación real y una respuesta afectiva de nuestra parte, simplemente por el hecho de ser personas humanas. El ejemplo del personal de la salud es patente. En nuestro país, Chile, donde una gran cantidad de profesionales de la salud realizan acciones de mucho sacrificio por cuidar a los demás. Y en naciones como Italia y España, donde un sinnúmero de médicos, enfermeras y bomberos, entre muchos otros, han literalmente dado su vida por los otros.

Somos seres relacionales y eso se aprecia también en nuestro vínculo con los ancianos. Curiosamente, los ancianos en este período han vuelto a aparecer. Como los más débiles, junto a los niños pequeños. Durante un período prolongado los viejos empezaron a desaparecer de nuestras vidas. Los comenzamos a enviar a asilos, casas de reposo o senior suites Pareciera que no había lugar para ellos. Precisamente ese es el título de libro del novelista Cormac McCarthy y de un film basado en él: No hay país para los viejos (No country for old men).

En español, el film fue traducido como No hay lugar para los débiles. Este libro cuenta muchas historias, pero entre ellas la de un policía viejo que comienza a habitar un mundo que ya no entiende y que se le hace progresivamente ajeno. Algo de eso saltó a primer plano con la pandemia. Y buscamos protegerlos. No tener contacto físico con ellos por su bien. En este distanciamiento brota también la necesidad de lo contrario. La nostalgia por abrazarlos. Por reconfortarlos directamente. Lo mismo pasa con los hijos. Y eso no es posible por ahora.

Para concluir, señalemos que hemos intentado esbozar un recorrido por los fenómenos objetivos del Covid-19 y la pandemia adjunta. Y por la forma en que estos fenómenos objetivos llegan a nuestra subjetividad y gatillan fenómenos asociados. A esto los fenomenólogos lo llaman Estado de Cosas. Un estado de cosas presenta conexiones esenciales. Hay estados de cosas fuertes y otros débiles. Un estado de cosas fuerte posee conexiones necesarias, es decir, que no pueden ser de otra manera. Por ejemplo, “no hay acción ética sin libertad”. Esto quiere decir que no puede haber una acción ética si no está asociada a un sujeto libre capaz de decidir. Otras conexiones esenciales son débiles, como el estado de cosas asociado al Covid-19 y la pandemia y la forma en que se nos presentan: como generadores de incertidumbre, urgencia por el presente o interdependencia negativa y positiva (que implica también el fenómeno de la solidaridad). Son conexiones débiles pues duran lo que dura una pandemia. No son conexiones necesarias, pero sí suficientes para abordar estos fenómenos.

Quizá nuestra tarea post-pandemia pudiera implicar un detenerse en el hecho de que no todo está en nuestro poder, en que es necesario vivir en el presente y de allí volver al pasado y proyectarse al futuro. En tomar progresiva conciencia de que los hombres somos seres relacionales, interdependientes y que nuestra forma de habitar el mundo no puede dejar de lado la solidaridad. Y buscar nuevas conexiones esenciales que nos lleven a estados de cosas ya no circunstanciales o “débiles”, sino a que el vivir en comunidad y todos los fenómenos arriba señalados se dan conjuntamente por el simple hecho de ser personas. Pero esto requeriría otra investigación y escapa al presente estudio.

NOTES AND REFERENCES :

  1. Heidegger, Martín, Ser y Tiempo, traducción de Jorge Eduardo Rivera, Edición digital: https://es.slideshare.net/carlosbubols/ser-y-tiempo-traduccin-de-jorge-eduardo-rivera, 38.
  2. Maritain, Jacques, Filosofía de la Naturaleza, Editorial Club de lectores, Argentina (1985).
  3. Ortega y Gasset, José, “Discurso al Parlamento Chileno de 1928”, tomado de Giannini Humberto, Historia de la Filosofía, Ed. Vera y Giannini, (1981), 272.
  4. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1104b.
  5. Husserl, Edmund: Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo. Traducción, introducción y notas de Agustín Serrano de Haro. Madrid, Editorial Trotta, (2002).
  6. Sopa de Wuhan, Giorgio Agamben, Slavoj Zizek, Jean Luc Nancy, Franco “Bifo” Berardi, Santiago López Petit, Judith Butler, Alain Badiou, David Harvey, Byung-Chul Han, Raúl Zibechi, María Galindo, Markus Gabriel, Gustavo Yañez González, Patricia Manrique y Paul B. Preciado. Editorial: ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), (2020), tomado de https://www.elextremosur.com/files/content/23/23684/sopa-de-wuhan.pdf
  7. Idem, 21.
  8. Harari, Yuval, La Vanguardia, “El mundo después del coronavirus” (2020), tomado de:
  9. https://www.lavanguardia.com/internacional/20200405/48285133216/yuval-harari-mundo-despues-coronavirus.html
  10. Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, n°38.

 

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